lunes, 16 de enero de 2017

Viernes 18, undécimo del viaje. Ya desde el alba, varios marineros de la nao real clavaban con ahínco su vista perspicaz en unos puntos lejanos y borrosos que tan pronto semejaban blancas crestas de rocas, como nubes, acabando por insinuarse la duda en el ánimo de los más prudentes. Fue eso de las ocho de la mañana cuando un marinero, que no se creía victima de apariencias engañosas, solicito hablar al rey. Carlos se hallaba ya vestido y dispuesto de salir de su cámara y, dialogar al ser advertido de su venida, le mando entrar en ella. Después de hacerle la reverencia debida, el marinero, dijo el rey: - Señor, he visto la tierra de Vizcaya.
El monarca se mostró muy complacido, así como los señores de su séquito inmediatamente Carlos ordenó que se le diese el vino ofrecido y le pregunto cuanta distancia podría haber hasta allí, contestando el afortunado nauta que no habría menos de treinta y ocho o cuarenta leguas, pero que, a causa de que el viento era tan flojo, no seria hoy, si no mañana, por la tarde, cuando allá llegasen.
No obstante la seguridad con que hablara este hombre de mar, mucho se mostraban aún excepticos, entablándose grandes discusiones sobre el particular y hasta formalizándose apuestas.

Uno de los pilotos más experimentados que iban en la nao real, el zelandés Juan Cornille, que con anterioridad había llevado al rey Felipe por mar a Castilla-, el segundo viaje de Felipe el “hermoso” a España, en 1506-, hablando confidencialmente con Lorenzo Vital, nuestro cronista, le decía: Es cierto que ahora se ve tierra, pero no es la de Vizcaya. Los pilotos y marineros de Vizcaya yerran en sus cálculos por no tener en cuenta que los vientos contrarios hicieron retroceder a las naves más de cincuenta leguas. Las rocas y montañas que se ven, si bien parecidas unas a otras, no son las de Vizcaya, si no las de Asturias, a donde, sin querer, nos dirijimos ahora. Y acordaos mañana de lo que os dió.
En enefecto, lo que alcanzan a ver tal vez eran los picos del macizo central a las llamadas peñas de Europa, bien conocidas de todo navegante, los más sobresaliente de la cordillera cantabro-astur


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