lunes, 30 de enero de 2017

El embarque de Carlos I

excusado es decir, el ajetreo que hubo, durante todo el santo domingo, tanto en Middelburgo, como en Arnemuiden, frente al cual yacían anclados los navíos, para transportar apresuradamente los bagajes a bordo y aprovisionar la flota.
El lunes anterior a la Natividad de Nuestra señora salieron de Arnemuiden, a la meridiana el medio centenar de bajeles allí retenidos con el fin de estar a buena hora en el puerto y abra de Flessinga. Desde Middelburgo llegaron, por la tarde, el rey y su hermana doña Leonor, las señoras y señoritas de la corte y todos los nobles y grandes señores que le acompañaban, embarcándose, conforme a lo dispuesto, al ponerse el sol, y no saliendo de sus barcos hasta que estuvieron en España.
Digna de verse era aquella considerable flota, compuesta de unos cuarenta poderosos navíos y de otras embarcaciones ligeras, aguardando delante de Flessinga, -esa pistola apuntada al corazón de Inglaterra, como dicen que dijo un día Napoleón Bonaparte,- para largar vela al amanecer.
En la Nao Real se embarcaron con S.M.-no es propio llamarle así, puesto que solo después de recaer en el la corona imperial comenzó Carlos a recibir el tratamiento de MAJESTAD, nunca usado por los reyes de Castilla, - su hermana,doña Leonor, Guillermo de Croy, señor de Chièvres, y otros señores flamencos, varios caballeros de la Orden del Toisón de Oro, monseñor de Amont, confesor del rey, el obispo de Badajoz, Doctor Pedro Ruíz de Mota, Clérigo español, elocuente y conocedor de varios idiomas y que, después de Chièvres, era quien ejercía mayor influencia sobre Carlos, don García de Padilla, el mayordomo Mounserón, el contador Pedro Boisot, las damas y damitas de la corte con sus correspondientes camareras, secretarios como don Antonio de Villegas.
Catástrofe en Villaviciosa
Martes, 8, y primer día del viaje. Fiesta de la Natividad de Nuestra Señora. La Nao Real, con arreglo a las Ordenanzas dispara tres cañonazos y uno el barco del almirante, señal convenida para que todos los navíos de la flota se den a la vela.
Al llegar al pueblo se encontró con su familia haciendo los preparativos para la Navidad, estaba feliz e impaciente porque la fiesta se hacía esa noche, quería que empezase ya.
El embarque de Carlos I
excusado es decir, el ajetreo que hubo, durante todo el santo domingo, tanto en Middelburgo, como en Arnemuiden, frente al cual yacían anclados los navíos, para transportar apresuradamente los bagajes a bordo y aprovisionar la flota.
¡¡¡POR FIN LLEGA CARLOS PRIMERO A ESPAÑA!!!
De tanto esperar a Carlos, con reiteradas promesas de una parte y apremiantes instancias de otra los españoles comenzaban a desesperar. Pero por fin tras tanto esperar el nuevo rey ha declarado lo siguiente: - de ahora en adelante ya no más reyes de Castilla, de Aragón, de navarra sino solo reyes de España
la gran pregunta es donde es por donde se va a realizar el esperado viaje: ¿por mar o por tierra?
El rey de Francia Francisco I le había aconsejado cuando eran amigos que emprendiera el trayecto por tierra pero, ¿por qué?
Al final de tantas vueltas que le dieron al asunto objetaron que lo mejor que podían hacer era ir por mar.

Así pues pronto el nuevo rey desembarcara en tazones una pequeña localidad de Asturias
Viernes 18, undécimo del viaje. Ya desde el alba, varios marineros de la nao real clavaban con ahínco su vista perspicaz en unos puntos lejanos y borrosos que tan pronto semejaban blancas crestas de rocas, como nubes, acabando por insinuarse la duda en el ánimo de los más prudentes. Fue eso de las ocho de la mañana cuando un marinero, que no se creía victima de apariencias engañosas, solicito hablar al rey. Carlos se hallaba ya vestido y dispuesto de salir de su cámara y, dialogar al ser advertido de su venida, le mando entrar en ella. Después de hacerle la reverencia debida, el marinero, dijo el rey: - Señor, he visto la tierra de Vizcaya.
El monarca se mostró muy complacido, así como los señores de su séquito inmediatamente Carlos ordenó que se le diese el vino ofrecido y le pregunto cuanta distancia podría haber hasta allí, contestando el afortunado nauta que no habría menos de treinta y ocho o cuarenta leguas, pero que, a causa de que el viento era tan flojo, no seria hoy, si no mañana, por la tarde, cuando allá llegasen.
No obstante la seguridad con que hablara este hombre de mar, mucho se mostraban aún excepticos, entablándose grandes discusiones sobre el particular y hasta formalizándose apuestas.


Uno de los pilotos más experimentados que iban en la nao real, el zelandés Juan Cornille, que con anterioridad había llevado al rey Felipe por mar a Castilla-, el segundo viaje de Felipe el “hermoso” a España, en 1506-, hablando confidencialmente con Lorenzo Vital, nuestro cronista, le decía: Es cierto que ahora se ve tierra, pero no es la de Vizcaya. Los pilotos y marineros de Vizcaya yerran en sus cálculos por no tener en cuenta que los vientos contrarios hicieron retroceder a las naves más de cincuenta leguas. Las rocas y montañas que se ven, si bien parecidas unas a otras, no son las de Vizcaya, si no las de Asturias, a donde, sin querer, nos dirijimos ahora. Y acordaos mañana de lo que os dió.
En en efecto, lo que alcanzan a ver tal vez eran los picos del macizo central a las llamadas peñas de Europa, bien conocidas de todo navegante, los más sobresaliente de la cordillera cantábrica
Martes, 8, y primer día del viaje. Fiesta de la Natividad de Nuestra Señora. La Nao Real, con arreglo a las Ordenanzas dispara tres cañonazos y uno el barco del almirante, señal convenida para que todos los navíos de la flota se den a la vela.
De la flotilla de barcos ligeros con que contaba la armada ya habían salido algunos la noche anterior para explorar el paso de Calais y señalar la derrota.

El navío del rey zarpa de Flessinga, a las cinco de la mañana, a poco trecho del barco del almirante que llevaba la delantera y seguido del resto de las unidades. Los súbditos del país de Zelanda habían se reunido en los pasos, puertos y a lo largo de las dunas para ver pasar al rey. Todos estaban con el corazón oprimido, los ojos lacrimosos, lamentándose las mujeres por sus maridos, los hijos por sus padres, las muchachas por sus amigos, mientras las personas devotas no dejaban de elevar al cielo fervientes súplicas para que Dios librase a su buen príncipe de los riesgos de un mar tan porceloso.

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